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DIOS NOS LLAMA PARA QUE DEJEMOS DE SUFRIR

  • Foto del escritor: Angel Magnífico
    Angel Magnífico
  • 1 dic 2014
  • 7 Min. de lectura

La Biblia nos relata la historia de un niño nacido para reinar, que en un desafortunado evento, queda paralitico sin poder realizar sus sueños de ser rey. Es una historia de pacto, esperanza y redención porque tiene mucho parecido con lo que Jesús hizo por nosotros.


Empezó 1000 años antes de Cristo, pero sus enseñanzas se proyectan hasta hoy. Después que David venció a Goliat, el rey Saúl desarrolló tanto celo hacia él, que planeó matarle. Jonatán, hijo de Saúl, ayudó a David a escapar de esa posible muerte por mano de su padre. La amistad que creció entre ambos, los llevó al punto de hacer un pacto: prometieron cuidarse mutuamente y si algo le pasaba a uno de los dos, el otro cuidaría de su familia y de sus descendientes (1 Sam. 20: 15-17).


Pasó el tiempo y el único niño heredero de la familia real, en un solo día, soportó varias desgracias: murieron su abuelo y su padre en la misma batalla, por lo tanto, se quedó sin trono y sin palacio, sin dignidad y sin su herencia real. Y como si todo esto fuera poco, sus piernas se quebraron cuando se le cae a su nodriza en la huida de sus enemigos y nunca más volvió a caminar normalmente (2 Sam. 4: 4). Es decir, perdió todo: su posición, sus posesiones y su condición.


Su nombre era Mefi-boset que significa "vergüenza" o posiblemente “sembrador de vergüenza”. Parecía apropiado para alguien que se había transformado en un hombre avergonzado, lleno de frustraciones, sin fe y sin esperanza.


Hoy existen muchas personas así: heridos en su intimidad, quebrados en su interior, es decir, inválidos espiritualmente porque sus problemas afectan todas las esferas de sus vidas: familia, trabajo, estudio, iglesia. Como Mefi-boset, quisieran rendirse porque piensan que todo ya está perdido y se sienten abandonadas, solo ven sus errores, se desaniman y no ven a Dios ni sus bendiciones.


David tuvo un reinado con muchos éxitos militares, aunque con varios problemas familiares y personales. No obstante, siguió buscando a Dios. Pasaron unos 25 años más y David no había olvidado su gran amistad con Jonatán y deseaba mostrarse bondadoso con su descendencia. Quiso actuar movido por la misericordia de Dios y por amor a Jonatán, pero no sabía toda la historia que se cuenta en 2 Samuel 9: 1-13.


Un antiguo criado de Saúl, llamado Siba, le dice a David que todavía quedaba vivo un hijo de Jonatán y David lo manda traer al palacio. Lo impresionante del pasaje es que el Rey manda a llamar a Mefi-boset (v. 5), su supuesto enemigo y a quien ni siquiera le había visto alguna vez la cara y que tampoco sabía que era paralitico o cojo. En aquella época, todas las personas con defecto físico debían vivir fuera de la ciudad real; estaban marcados por la sociedad y destinados a vivir en el desprecio y a morir completamente solos. No podían estar en la presencia de un rey. A pesar de esto, el rey David, lo manda a llamar.


Vivía en Lodebar que significa "sin pasto", “lugar del olvido”, ubicado en Galaad, al este del Jordán. Era una tierra árida que no permitía la producción de frutos ni la cría de ganado. Además, para Mefi-boset era “la tierra del nunca jamás” a sus sueños, ilusiones y deseos; era la tierra de su desdicha y frustraciones, viendo como los demás podían disfrutar de caminar, correr o ir de un lugar a otro sin miedo de ser capturado y ejecutado en cualquier momento. Era un lugar ideal para que nadie se interesara por él, diseñado para los enfermos, leprosos y ciegos, refugio de endeudados, perseguidos y golpeados por la vida; un lugar para los que cayeron en soledad y vergüenza o desgracia, como Mefiboset, porque alguien, con algún descuido los dejó caer y así pasó del bullicio del palacio al silencio del desamparo, de príncipe a mendigo o algo parecido, de la riqueza a la miseria, de ser un futuro rey a ser un minusválido de por vida.


Muchas personas son llevadas a lugares inhóspitos por sus pecados y se sienten indignos y despreciados; son los olvidados, los que no son populares ni tienen grandes virtudes, no son estrellas de fútbol ni son hermosos, no encajan en ningún círculo social, solo son anónimos. Son los que en su moderno Lodebar, pierden de vista que Dios los creó para la eternidad y que el “más allá” comienza en el “más acá”, es decir, el cielo empieza en esta tierra si estamos con Dios; pero desde Lodebar, todo parece un infierno. Es porque la situación en la que se encuentra el pecador es la de alejado de Dios, lejos del Rey, inutilizado por la caída y con un futuro incierto y sin propósitos. Sin embargo, Dios quiere hablarnos y nos llama a salir de ahí.


Mefi-boset comprendió que su vida estaba en manos del rey, porque si David lo hubiera deseado, podría haber ordenado su ejecución para terminar completamente la descendencia de Saúl y quitar toda posibilidad de acceso al trono para su familia, así que cuando llegó al palacio, se postró ante él (v. 6-7). Nuestra vida también está en manos de Dios y haríamos bien en postrarnos ante Él para reconocer su amor y poder sobre nosotros.


David llama a Mefi-Boset por su nombre. Con este reconocimiento, el rey le devuelve su identidad perdida. Esto implica que ya no hay más vergüenza por su condición, porque está delante del rey que lo quiere restaurar. Así actúa Dios con nosotros porque nos conoce a cada uno por nombre y también nos reintegra nuestra identidad perdida.


Mefi-boset se compromete a serle un siervo fiel. Hasta ese momento, la vida había sido despiadada con él. Casi hasta donde pudiera recordar había sido inválido y fugitivo. Sus dificultades ahora, llegaban a su fin. Dios siempre está dispuesto a cambiar nuestros temores por su misericordia.


David había confiscado las tierras familiares y ahora se las reintegra. Estaba dispuesto a devolverlas haciendo un sacrificio personal, para que Mefi-boset pudiera poseer todo lo que una vez perteneció a Saúl. David había decidido bendecirlo, no por sus méritos, ni por sus logros, sino por el pacto de amor que había hecho con Jonatán. Dios hace lo mismo con nosotros: nos bendice por amor.


David le promete: “comerás siempre a mi mesa”. Esta expresión no necesita ser entendida literalmente, aunque de hecho, fue una invitación permanente. Su significado básico es que sería sostenido por la dadivosidad del rey, como una especie de pensión vitalicia y la repite 4 veces en el mismo capítulo (vers. 7, 10, 11, 13) para mostrar su importancia y la magnitud del honor. En la antigüedad era una invitación clave. Por esto, Jesús nos promete lo mismo: “Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino…” (Lucas 22: 29, 30). Lo que David hizo por Mefi-boset es lo que Jesús hace por nosotros. En toda mesa bien puesta, hay un mantel. El mantel iguala a todos los que están a la mesa; no se nota quien es el inválido. Así es la gracia de Dios, que nos iguala a todos los que estamos ante la mesa del rey, cubriendo nuestros defectos. Además, se añadió un trato especial; fue colocado al mismo nivel de los hijos de David (v. 11). Esto aseguró una buena voluntad y amor mutuos.


David es tipo de Cristo. Dios quiere restituirnos el amor, la familia, las finanzas, la paz, la salud, la vida espiritual y todo aquello que la vida nos quitó o que el pecado arruinó. Cristo nos manda a llamar, nos limpia del pecado, nos pone ropaje nuevo, nos restaura la dignidad, nos sienta a su mesa e intercede al Padre por nosotros todos los días. Él es nuestro abogado y nunca más, nadie podrá avergonzarnos. Por eso es tan importante cada invitación suya, porque es el Rey quien nos llama a su mesa, a la comunión y a la restauración. Todos nosotros tenemos derecho a la mesa del Rey por el pacto que Jesús hizo en la cruz del Calvario (Hebreos 9: 14-15).


Tal vez, nos preguntemos como Mefi-Boset: “¿Quién es tu siervo, para que mires a un perro muerto como yo?” (v. 8). Para los orientales esta afirmación, no era una simple exageración. Los perros salvajes del Oriente se alimentaban de la basura de la comunidad y se los consideraba con repugnancia. Por lo tanto, un perro muerto era algo despreciable. La expresión denota la más grande humillación que puede alguien hacer o hacerse y nos habla de la prisión emocional de Mefi-boset y en la que están todos los que se consideran abandonados de Dios.


A pesar de su imagen propia, de toda su historia y de él mismo, David lo trata como a un príncipe. Dios actúa de la misma manera: a veces podemos creernos como un “perro muerto”, pero Dios nos está amando. No hay nada que podamos hacer para que Dios nos ame más. Y tampoco podemos hacer nada para nos ame menos. Dios nos ama por su misma esencia. Ningún esfuerzo humano produce más o menos amor de su parte hacia nosotros. Su amor no está relacionado a nuestra situación (todos somos pecadores). Él es Amor y nunca podrá cambiar su propia naturaleza. No nos definimos por lo que hacemos, sino por lo que somos. Dios nos trata como a un príncipe porque nuestra situación de pecadores no anula nuestra condición de hijos suyos. Somos lo que Dios dice que somos. No podemos permitir a otros, el lujo de definirnos o rotularnos. Siba se refería a Mefi-boset como “el lisiado” (v. 1 y 13). La gente puede referirse a nosotros con rótulos como “la chismosa”, “el vago” y otros apelativos. Pero nuestra historia cambia cuando Jesús (así como hizo David), pregunta por nosotros. Y tampoco se trata de cómo nos vemos, sino de quienes somos. No debemos avergonzarnos de nuestras heridas, las recordaremos como Jesús recuerda las suyas; es una forma de saber de dónde venimos y tomar conciencia de a dónde vamos gracias a su amor. Dios no ve solo nuestros defectos, ve nuestra alma necesitada de Su misericordia restauradora.


El rey llamó a Siba y le encargó, junto a sus 15 hijos y a sus 20 siervos, que sirvieran a Mefi-boset y atendieran la propiedad que le reintegraba, la cual debió haber sido muy grande para necesitar de tanta gente a su servicio. Su vida cambió por la misericordia del rey. Cuando Dios interviene, no se trata sólo dejar de hacer lo malo. Es mucho más. Dios nos ha tomado de donde estábamos y nos ha traído a donde él está: a un lugar de compañerismo con él.


Esto puede repetirse hoy. Hay muchos descendientes del Rey que, por no darse cuenta de sus derechos, en lugar de cenar en su mesa, viven mendigando y pasando necesidad material y espiritual. Todos nosotros hemos experimentados caídas que nos han dejado marcados y si nos levantamos, ya no caminamos como antes. No nos quebraron los pies, pero si los sueños y las alegrías. La buena noticia es que seguimos siendo hijos del rey de Reyes, podemos experimentar sus bendiciones y vestirnos con las ropas reales de su perdón y de su amor. Si lo aceptamos puede restaurarnos y dejaremos de sufrir.



Angel Magnífico

@porquesufrimos

 
 
 

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